Lo que en el alma nace en nuestra vida se queda. Y se queda para rato porque nació en ese lugar de nosotros donde tomamos las decisiones más relevantes. Para los creyentes esa es una experiencia de transformación espiritual que pudimos iniciar al comprender el Evangelio que llegó a nosotros. Pero Jesús transforma la vida solamente de quienes deciden seguirle cada día y ser renovados. Para ello, es necesario saber certeramente que la renovación espiritual nace en el alma de alguien que busca intensamente a Dios, se llena de Él y se aferra con fuerza a Él. Es decir, que la transformación espiritual requiere un esfuerzo de nuestra parte.
El amor a Dios debe ser con toda nuestra alma (Mateo 22:37) y eso nos habla de ciertos sacrificios tal como bien lo expresó David en el salmo 63, cuya relectura recomiendo frecuentemente. El salmista allí dijo: “Mi alma tiene sed de ti”, (v.1) “Mi alma quedará satisfecha” (v.5) y “Mi alma se aferra a ti” (v.8)
Por tanto, en primer lugar, si deseamos amar a Dios con toda nuestra alma, debemos buscarle intensamente incluso cuando nos encontremos en un desierto como se encontraba David cuando escribió estas palabras. Esa búsqueda intensa hace que la cita con Dios sea nuestra prioridad absoluta y no el último de nuestros planes o alternativas. Si hay que levantarse temprano o acostarse tarde se hace. No porque no queda otra sino porque es fundamental para nuestra salud espiritual.
En segundo lugar, debemos preguntarnos que está llenado nuestras vidas. Como hemos señalado David decía: “Mi alma quedará satisfecha” (v.5) y nosotros debemos preguntarnos que colma nuestra vida, qué nace de nuestro corazón y qué pensamientos ocupan el espacio de nuestra mente, donde por cierto no hay lugar para todo.
Y en último lugar David dijo: “Mi alma se aferra a ti” (v.8) y esa realidad es clave para saber que sólo en la presencia de Dios se sienten los efectos balsámicos que necesitamos. Tener el alma apegada a Dios y sentir esa dependencia absoluta de Dios nos puede llenar de confianza. Es allí, en la presencia de Dios, el lugar exclusivo para sentir el abrazo reponedor. En la casa del Padre es el lugar selecto para la renovación. Es en el encuentro con Dios que nuestra alma es filtrada, transformada, halla descanso y se siente llena. Así que, amemos con toda el alma a Dios sabiendo que lo que en el alma nace en nuestra vida se quedará.
Rubén Gramaje
Deja una respuesta