Los cristianos evangélicos y bautistas creemos que nuestras doctrinas emanan de la Palabra de Dios, son coherentes con las enseñanzas de Jesús y de sus apóstoles, están avaladas por la experiencia de fe de generaciones de cristianos que nos han precedido y no son patrimonio exclusivo del pueblo bautista, sino de un significativo conjunto de cristianos que reconocen a Jesucristo como su Salvador y Señor, tienen en la Biblia su única fuente de autoridad y, bajo la dirección del Espíritu Santo, han llegado a las mismas conclusiones que los bautistas.
Por ser una expresión de la Reforma Protestante del siglo XVI, en lo que se conoce como la Reforma Radical, los bautistas, dada su herencia anabautista y puritano-separatista, se identifican con la teología reformada de la que surgen, manteniendo los principios doctrinales protestantes comunes a otras denominaciones evangélicas, y defendiendo otros que consideran emanan de las Sagradas Escrituras, recogidos en sucesivas confesiones –no credos- de fe.
Creemos que la Santa Biblia fue escrita por hombres divinamente inspirados; que tiene a Dios por autor, por objeto, la salvación, y por contenido, la verdad sin mezcla de error; que revela los principios conforme a los cuales Dios nos juzgará; y que constituye la norma suprema sobre las conductas, creencias y opiniones de los hombres.
Creemos que, de acuerdo con las Sagradas Escrituras, hay un único Dios, vivo y verdadero, creador del cielo y de la tierra y de todo lo que en ellos hay, con existencia propia, o sea, no creado. Dios, según su propia naturaleza, es eterno, omnisciente, omnipresente y omnipotente. Dios es amor, es justo y es santo, un solo Dios en tres personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, coeternos e iguales en perfección divina, pero con distintos cometidos en la redención de la humanidad, y perfectamente unidos en un solo ser.
Dios, como Padre, reina con cuidado providencial en su universo, en sus criaturas y en la historia humana, según los propósitos de su gracia. Dios es verdaderamente Padre de todos aquellos que llegan a ser sus hijos por medio de la fe en Cristo Jesús.
Cristo es el Hijo eterno de Dios. En su encarnación como Jesús de Nazaret fue concebido del Espíritu Santo y nacido de la virgen María. Jesús reveló y cumplió plenamente la voluntad del Padre. Se hizo completamente hombre, mas nunca cometió pecado. Honró la ley divina con su obediencia personal, y con su muerte en la cruz proveyó la redención del hombre. Fue levantado de entre los muertos con un cuerpo glorificado y apareció a sus discípulos como la persona que estaba con ellos antes de ser crucificado. Ascendió a los cielos y ahora está exaltado a la diestra de Dios el Padre, siendo el único Mediador entre Dios y los hombres, ya que tiene naturaleza divina y humana. Jesucristo volverá con poder y gloria para juzgar al mundo y para finalizar su misión redentora; mientras tanto mora en todos los creyentes como Señor y Salvador.
El Espíritu Santo es el Espíritu de Dios. Él inspiró a unos santos hombres de la antigüedad para que escribieran las Escrituras. Él capacita a los hombres para que entiendan la verdad, convence de pecado, de justicia y de juicio. Llama a los hombres para que acudan al Salvador, efectúa la regeneración y exalta a Cristo. El Espíritu Santo conforta a los creyentes y les otorga los dones espirituales con los que la iglesia es edificada. Preserva al creyente hasta el día de la redención. Su presencia en el cristiano garantiza que Dios conducirá al creyente hacia la madurez espiritual. Ilumina y da poder al creyente y a la Iglesia en la adoración, la evangelización y el servicio.
Creemos que, según las Escrituras, el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios a quien ha de obedecer. Pero nuestros primeros padres (Adán y Eva) pecaron desobedeciendo a Dios, quedando sometidos o expuestos al juicio divino. El pecado produce la separación entre Dios y el hombre y arrastra a éste hacia la condenación, sin que pueda alcanzar la salvación por sus propios méritos, ni por sus propias obras.
Creemos que, según las Escrituras, la salvación significa pasar de muerte a vida; es decir, pasar de estar espiritualmente muerto y condenado a causa del pecado, a tener vida: Una nueva vida eterna con CRISTO, primero aquí en la tierra y, luego, tras la muerte física, en los lugares celestiales. La salvación supone la reconciliación con Dios, y se obtiene mediante el arrepentimiento sincero y la fe (genuina o auténtica) en el Señor Jesucristo y en su obra redentora e intercesora. En su sentido más amplio, la salvación comprende la justificación, la regeneración, la santificación y la glorificación.
Creemos que la justificación es un acto de Dios y un estado del cristiano. En el instante en que el pecador arrepentido acepta por la fe la gracia divina, que nos es ofrecida en la expiación vicaria de Jesucristo en la cruz, pasa a estar justificado, es decir, es declarado justo delante de Dios y liberado de Su ira y de la condenación eterna, que por su injusticia merecía, recibiendo en su lugar los beneficios de la salvación obtenida por Jesucristo.
La regeneración es el nuevo nacimiento en Cristo Jesús que se produce por obra del Espíritu Santo, y constituye el comienzo de una vida nueva caracterizada por la obediencia al Evangelio y los frutos del arrepentimiento y la fe.
La santificación es un proceso que comienza con la regeneración y concluye en la glorificación. Mediante la santificación, los creyentes van siendo perfeccionados por el Espíritu Santo siguiendo el modelo de Cristo, y son capacitados para hacer la voluntad de Dios, conforme a los propósitos divinos.
La glorificación es la culminación de la salvación y la participación de la gloria eterna de Cristo: un estado gozoso, final y permanente de los redimidos.
Creemos que, según las Escrituras, los redimidos en Cristo, o sea los nacidos del Espíritu, no apostatarán de la fe, sino que perseverarán hasta el fin. Esto distingue a los verdaderos creyentes de aquellos que superficialmente hacen profesión de fe; pues los cristianos auténticos son guardados por Dios y nada ni nadie les podrá separar del amor de Dios en Cristo Jesús.
Creemos que, según las Escrituras, la Iglesia fue fundada por Jesucristo, que es la cabeza de la Iglesia.
Que cada iglesia local está formada por quienes públicamente han confesado a Jesucristo como su Salvador y Señor, dando testimonio de su fe en Él y manifestando su compromiso con la propia iglesia por medio del bautismo.
Que las iglesias locales son cuidadas y dirigidas por CRISTO (cabeza de la Iglesia) a través de sus miembros, siendo éstos capacitados, según los dones espirituales, como pastores, maestros, diáconos, etc. para la edificación del Cuerpo de Cristo.
Que la administración de cada iglesia es responsabilidad de todos y cada uno de sus miembros.
Que los fines de la iglesia son la adoración a Dios, la proclamación del Evangelio, la enseñanza de las Escrituras, la comunión de sus miembros, y el servicio a los demás.
Y que los medios con que cuentan las iglesias para el cumplimiento de sus fines son tanto materiales como espirituales: los materiales vienen mayormente de las ofrendas de los miembros (diezmos y ofrendas); y los espirituales están constituidos por la gracia de Dios, la presencia de Cristo y los dones del Espíritu Santo.
Creemos que, según las Escrituras, las dos únicas ordenanzas dadas por Cristo a la iglesia son el bautismo y la cena del Señor:
Creemos que, según las Escrituras, el Bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo sólo ha de administrarse a quien ya profese fe personal y genuina en JESUCRISTO, practicándose por inmersión en agua para simbolizar la muerte a la vieja naturaleza o vieja vida y la regeneración interior hacia una nueva vida en comunión con Cristo y con la Iglesia. El Bautismo es un requisito para participar de la cena del Señor y de los derechos y obligaciones como miembro de la iglesia.
Creemos asimismo que, según las Escrituras, la institución de la Cena del Señor es otra ordenanza que han de practicar los miembros de la iglesia, tras un detenido examen de conciencia y arrepentimiento en su caso, tomando pan y vino después de dar gracias a Dios. El pan y el vino no imparten gracia, sino que simbolizan o representan el cuerpo y la sangre de CRISTO, entregado y derramada respectivamente para la remisión de los pecados de toda la humanidad. La celebración de la Santa Cena constituye un testimonio de fe, y un acto de proclamación de la muerte redentora y de la resurrección gloriosa del SEÑOR hasta su segunda venida.
Creemos que, según las Escrituras, cada primer día de la semana debemos congregarnos para dar culto a Dios, proclamando y celebrando la resurrección de Cristo.
Creemos que, según las Escrituras, Cristo regresará a la tierra de una manera imprevista, personal y visible en gloria y que, seguidamente, habrá un juicio final.
Los principios se constituyen en la interpretación y aplicación práctica de las doctrinas cristianas por parte de determinados sectores del cristianismo, estando condicionados, como las doctrinas, por la tradición (en este caso, denominacional), la razón, la experiencia personal y colectiva y el contexto ideológico y cultural en el que se aplican.
La experiencia nos dice que las denominaciones cristianas han deducido diferentes principios de las mismas doctrinas, por lo que éstos no tienen carácter indefinido y absoluto, y mucho menos infalible.
Los principios están en estrecha relación con las doctrinas que los inspiran, pero su definición está sujeta a los avatares de la interpretación y contextualización en situaciones históricas concretas.
El valor de los principios radica en su coherencia con respecto a las doctrinas de las que surgen, y en que definen el carácter espiritual, teológico y eclesiológico de las denominaciones cristianas que los sostienen.
Afirmamos que Cristo está en medio de Su Iglesia como su Señor. Como cabeza de la iglesia, la capacita y equipa para una misión y ministerio integral, y garantiza su libertad. Afirmamos que nuestra autoridad final es Jesucristo, tal como se revela en las Escrituras y entre su pueblo por medio del Espíritu Santo.
La Biblia es el registro escrito de la revelación de Dios a la humanidad. Contiene la voluntad de Dios para la vida de cada creyente. Las sagradas Escrituras constituyen la Palabra de Dios y dan testimonio de Cristo el Señor –la Palabra hecha carne-, quien nos mandó permanecer en su Palabra y ser hacedores, y no sólo oidores, de la misma.
Consideramos que la iglesia es una comunidad de creyentes, y no de meros profesantes, asociados voluntariamente en un pacto con Dios y con los hermanos en la fe.
El culto de adoración a Dios ha de realizarse por los cristianos en espíritu y verdad, pero también con sencillez, respeto y orden, procurando la armonía y participación de todos los creyentes. Iglesia local e Iglesia universal. Creemos que la iglesia bautista es una iglesia completa, pero no la Iglesia completa. Nuestras iglesias locales, así como nuestras convenciones y uniones, participan de la única iglesia que Dios ha fundado.
Afirmamos la libertad y la responsabilidad de cada congregación local de descubrir el propósito de Cristo para su propia vida y obra. Administración eclesiástica congregacional.
Bajo la autoridad divina y con la guía del Espíritu Santo, la administración eclesiástica de cada iglesia local recae en la congregación, en la que cada miembro tiene idénticos derechos y obligaciones.
Además, los cristianos bautistas tienen el deber de potenciar y ejercitar sus dones para provecho común.
Sacerdocio de todos los creyentes. Afirmamos el sacerdocio de todos los creyentes, en el que todos los miembros de la iglesia son llamados al ministerio, así como reconocemos que Dios llama a algunos de entre ellos a ejercer la dirección espiritual de las congregaciones.
El ser humano ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza, siendo, por tanto, el eje o centro de la creación. Sin embargo, las personas no somos hijos de Dios por el mero hecho de nacer, sino que el cristianismo, en su más pura concepción, es la realización y desarrollo de la vida mediante la fe personal y responsable en Jesucristo.
Creemos que el compromiso mutuo manifestado en el bautismo y la membresía en una iglesia local debe llevar a asociaciones más amplias entre iglesias donde sea posible.
Afirmamos la necesidad teológica y práctica de relacionarnos con iglesias hermanas para discernimiento y acción, tal como fue expresado por la antigua frase bautista inglesa: “para caminar juntos por caminos conocidos y por conocer”.
Creemos que todo discípulo de Jesucristo está llamado por Dios a testificar del señorío de Jesucristo a toda persona, y que la Iglesia, como parte del Reino de Dios, debe participar en la misión total de Dios en el mundo.
Afirmamos la necesidad de preservar la libertad de conciencia, aceptando diferencias de puntos de vista y diversidad en la práctica en el seno del pueblo de Dios y respetando el derecho de toda persona a creer según el dictado de su conciencia, o no creer.
La Biblia y la promesa del Espíritu Santo son para toda persona, sin acepción, de manera que cualquiera tiene derecho a examinar su vida ante Dios, de forma personal y directa, a la luz de las Sagradas Escrituras y con la guía del Espíritu Santo. Sin embargo, la facultad de examinar libremente las Sagradas Escrituras no admite la interpretación privada en menoscabo de la verdad bíblica.
Abogamos por la separación de la Iglesia y el Estado, basados en el señorío único de Cristo y en el interés por la libertad religiosa.
La libertad religiosa es un derecho de toda persona y, como tal, debe ser defendido y respetado.
Los bautistas manifiestan su respeto a las órdenes y decisiones lícitas de las autoridades legítimamente establecidas, siempre que no se opongan a la Palabra de Dios.
Las iglesias bautistas deben ser sostenidas económicamente por los propios miembros mediante los diezmos y ofrendas, como parte del culto a Dios. Cada cristiano bautista, reconociendo que “de Dios es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan”, ha de considerarse un administrador inteligente y responsable de sí mismo y de cuanto tenga y utilice, pues de todo ello ha de rendir cuenta a Dios.